miércoles, 14 de abril de 2010

Políticas de la memoria.

La idea que circula en este artículo a modo de interrogación, es sí desde “el exterminio” se puede o no representar. Jean Luc Nancy, plantean la idea de “suprarrepresentación”, para referirse a la espectacularización de los campos de exterminio, “en la cual una voluntad de presencia integral se da el espectáculo de aniquilamiento de la posibilidad representativa misma”. En definitiva, pensar la im-posibilidad de la representación, sus performances, es pensar en la condena de las imágenes que en la historia occidental fue el resultado de la alianza concertada entre “el precepto monoteísta y el tema griego de la copia o la simulación”, de lo artificial y de la ausencia de original.
De esa alianza procede la desconfianza ininterrumpida hacia las imágenes que llegan hasta la actualidad, en el seno de la cultura que las produce en abundancia; la sospecha recaída en las “apariencias” o el “espectáculo”, y cierta crítica complaciente de la “civilización de las imágenes”.
Giorgio Agamben, por su parte, a las ideas benjaminianas afectadas por la catástrofe del fascismo, le agrega la reflexión de que “para efectuar la destrucción de la experiencia no se necesita en absoluto de una catástrofe que para ello basta perfectamente con la pacífica existencia cotidiana de una gran ciudad”. Al planteamiento de Benjamin, lo radicaliza Agamben con el concepto de espectáculo de Debord, donde nuevamente la experiencia se aleja en la mediatización de la imagen postmediática.
No obstante, el concepto de espectáculo, planteado por Debord en 1967 y corregido por el crítico algunos años después en Los comentarios sobre la sociedad del espectáculo, está connotado por la ingenua idea de la alineación y del control total sobre la existencia humana. En ese contexto, simulacro y virtualidad, como nociones postespectaculares, permiten considerar las transformaciones biopolíticas con las que se opera actualmente.
En ese contexto, el presente artículo analizará las transformaciones teóricas –siempre en crisis- operadas por la representación, en momentos en que el simulacro y la virtualidad ponen en tensión a la espectacularización de las imágenes.

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